lunes, 12 de julio de 2010

La libertadora silenciada

Juana Azurduy fue una de las mujeres más importantes en el proceso de independencia de las tierras latinoamericanas dependientes de España, en el siglo XIX. Sin embargo, muchos siguen sin saber quién fue y su reconocimiento es escaso en los países que ayudó a liberar participando y liderando las tropas revolucionarias. A 230 años de su nacimiento, Consciente Colectivo propone un repaso por la vida de esta libertadora silenciada.

Juana Azurduy nació en las cercanías de Chuquisaca (en el entonces Virreinato del Río de La Plata, actual Bolivia) el 12 de julio de 1780. Hija de padre español y madre indígena, aprendió de chica a amar la vida libre del campo.

A los siete años quedó huérfana, en poco tiempo, de madre y padre. Quedó a cargo de una tía paterna, Petrona Azurduy, quien intentó en vano aquietar su espíritu y con quien tenía una mala relación. Esta opresión a su carácter hizo que Juana dejara poco a poco de hablar.

A los 17 años fue internada en el Monasterio de Santa Teresa con el fin de calmar sus ganas de llevar adelante una vida aventurera. Sin embargo, el silencio, la disciplina y los rezos sólo lograron que Juana comenzara a opinar sobre el apoyo de la Iglesia a los poderosos, por lo cual no llegó a completar un año de estadía.

Volvió a entrar en contacto con los indios y comenzó a visitar a Eufemia Gallardo y a escuchar los relatos de su hijo y futuro esposo, Manuel Padilla. Éstos ejercerán una enorme influencia sobre su formación.

A sus 25 años, Juana se casó con Manuel, de 30, quien ya estaba participando de grupos que, influidos por la ilustración francesa, planeaban la revolución. El 25 de mayo de 1809 una agitación popular en Chuquisaca destituyó al virrey. Juana y Manuel comenzaron a actuar como guerrilleros.

Para marzo de 1814, las tropas revolucionarias se dividieron y Juana debió internarse con sus cuatro hijos en el monte desconocido. La vida de Juana Azurduy dio un vuelco crucial porque se enfermaron cada uno de sus cuatro hijos, y dos de ellos murieron antes de que Padilla llegara a auxiliarla. Una vez en el refugio murieron sus otras dos hijas. Paradójicamente, tras tanta muerte, Juana quedó nuevamente embarazada el mismo año.

La recién nacida quedó a cargo de una india que la cuidó el resto de los años en que su madre continuó luchando por la independencia americana. La terrible muerte de su esposo restó los esfuerzos de Juana por reorganizar una tropa sin recursos.

Luego de combatir en el norte argentino junto a las tropas de Güemes, regresó a la recién estrenada Bolivia, donde disfrutó de su sueño realizado y vivió unos pocos años junto a Luisa, quien se alejaría después tras su matrimonio.

Después de haber ganado 33 batallas liderando su ejército de leales, después de haber sido reconocida por Bolívar y obtenido una pensión que a los dos años es ignorada, Juana murió a los 82 años el 25 de mayo de 1862 en Chuquisaca. Sus restos fueron enterrados sin honores en una fosa común, sin séquito.

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